Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 1° domingo de Adviento
[27 de noviembre de 2022]
Estamos iniciando el tiempo del adviento, o sea, de preparación para celebrar la Navidad. Desde ya que todos sentimos el cansancio del fin de un año que se nos presentó en muchos aspectos difícil y exigente. En este contexto la liturgia del adviento nos invita a animarnos en la esperanza.
El Evangelio de este domingo (Mt 24,37-44), nos exhorta a la vigilancia y a la fidelidad: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada» (Mt 24,42-44).
La liturgia del adviento subraya el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza «escatológica», la del final de los tiempos. Pero de ninguna manera esta perspectiva que nos hace reclamar: «Ven Señor Jesús», nos deja en la pasividad. Esto sería una esperanza alienante y la esperanza cristiana, por el contrario, nos exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro tiempo.
No claudicamos en la esperanza y creemos que las cosas pueden mejorar si mejoramos nosotros y nos convertimos a Dios y a algunos valores indispensables como la vida, la verdad y la justicia. Pero tampoco podemos dejar de tener los pies sobre la tierra y ser claros frente a los problemas que se nos presentan.
Sí bien queremos tener esperanza y comprometernos con una esperanza activa que nos moviliza a transformar la realidad, sabemos que nos encontramos en una realidad muy difícil que nos puede llevar a la desesperanza, a pensar que esto no cambia más. Obvio que no es este el espacio para hacer un catálogo de los problemas graves que nos aquejan. Sólo quiero señalar uno de los más graves problemas que padecemos que es el creciente flagelo de la pobreza. Esta es la peor grieta que se da en el mundo y, sobre todo, en algunos países como el nuestro, donde los porcentajes de desocupación, precariedad laboral, desnutrición de niños y jóvenes, y la caída de la calidad de vida son alarmantes. Sorprende que algunos que se manifiestan progresistas se suman a los planteos de políticas poblacionales y de natalidad que realizan los poderosos que no están dispuestos a ceder en su avaricia. Necesitamos plantearnos políticas de equidad y de mejor distribución de la riqueza que pongan la dignidad de las personas en el centro, siendo esto lo más básico de los derechos humanos.
Considero oportuno recordar un texto de Aparecida sobre este tema: «Si esta opción [por los pobres] está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40).
De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación. El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral». (393-394)
El egoísmo y la falta del sentido del bien común están en la raíz de nuestros males. En este domingo de adviento, la Palabra de Dios nos exhorta a que estemos prevenidos, porque el Señor vendrá a la hora menos pensada. Evidentemente nuestra sociedad necesita convertirse al bien común y a la justicia. La esperanza cristiana nos impulsa a sentirnos responsables para revertir el flagelo de la exclusión.
«La peor grieta es la de la pobreza»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 1° domingo de Adviento
[27 de noviembre de 2022]
Estamos iniciando el tiempo del adviento, o sea, de preparación para celebrar la Navidad. Desde ya que todos sentimos el cansancio del fin de un año que se nos presentó en muchos aspectos difícil y exigente. En este contexto la liturgia del adviento nos invita a animarnos en la esperanza.
El Evangelio de este domingo (Mt 24,37-44), nos exhorta a la vigilancia y a la fidelidad: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada» (Mt 24,42-44).
La liturgia del adviento subraya el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza «escatológica», la del final de los tiempos. Pero de ninguna manera esta perspectiva que nos hace reclamar: «Ven Señor Jesús», nos deja en la pasividad. Esto sería una esperanza alienante y la esperanza cristiana, por el contrario, nos exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro tiempo.
No claudicamos en la esperanza y creemos que las cosas pueden mejorar si mejoramos nosotros y nos convertimos a Dios y a algunos valores indispensables como la vida, la verdad y la justicia. Pero tampoco podemos dejar de tener los pies sobre la tierra y ser claros frente a los problemas que se nos presentan.
Sí bien queremos tener esperanza y comprometernos con una esperanza activa que nos moviliza a transformar la realidad, sabemos que nos encontramos en una realidad muy difícil que nos puede llevar a la desesperanza, a pensar que esto no cambia más. Obvio que no es este el espacio para hacer un catálogo de los problemas graves que nos aquejan. Sólo quiero señalar uno de los más graves problemas que padecemos que es el creciente flagelo de la pobreza. Esta es la peor grieta que se da en el mundo y, sobre todo, en algunos países como el nuestro, donde los porcentajes de desocupación, precariedad laboral, desnutrición de niños y jóvenes, y la caída de la calidad de vida son alarmantes. Sorprende que algunos que se manifiestan progresistas se suman a los planteos de políticas poblacionales y de natalidad que realizan los poderosos que no están dispuestos a ceder en su avaricia. Necesitamos plantearnos políticas de equidad y de mejor distribución de la riqueza que pongan la dignidad de las personas en el centro, siendo esto lo más básico de los derechos humanos.
Considero oportuno recordar un texto de Aparecida sobre este tema: «Si esta opción [por los pobres] está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40).
De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación. El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral». (393-394)
El egoísmo y la falta del sentido del bien común están en la raíz de nuestros males. En este domingo de adviento, la Palabra de Dios nos exhorta a que estemos prevenidos, porque el Señor vendrá a la hora menos pensada. Evidentemente nuestra sociedad necesita convertirse al bien común y a la justicia. La esperanza cristiana nos impulsa a sentirnos responsables para revertir el flagelo de la exclusión.
Un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
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