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«Nuevas formas de fundamentalismo»

Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas,

para el 30° domingo durante el año

[23 de octubre de 2022] 

En el texto del Evangelio de este domingo (Lc 18,9-14), el Señor nos presenta la parábola del fariseo y el publicano. San Lucas hace una apreciación sobre quiénes eran los fariseos: «algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás» (Lc 18,9).

Leyendo la Palabra de Dios notamos que los fariseos tenían un gran celo por la Ley (cfr. Mt 23,15) y solicitud por la perfección y la pureza (cfr. Mt 5,20), pero se ataban a las tradiciones rigoristas y humanas que los hacían cometer excesos, despreciaban a los ignorantes en nombre de su propia justicia (cfr. Lc 18,11), impedían el contacto con los pecadores y publicanos, limitando así su horizonte relacionado al amor a Dios y a los hermanos, que es el caracú y la clave de comprensión de la Palabra de Dios. Creo que es conveniente que leamos detenidamente la parábola de este domingo, porque en ella encontramos elementos profundos y necesarios en la espiritualidad y religiosidad del cristiano.

En esta reflexión quiero que pongamos la mirada especialmente en la actitud del publicano de la parábola. El texto del Evangelio nos dice: «Manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo ¡Dios mío, ten piedad de mí, porque soy un pecador!» (Lc 18,13). En realidad, a este publicano se le abrieron las puertas del Reino que el Señor anunciaba por su humildad y pobreza de espíritu: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.» (Mt 5,3).

El documento de Aparecida señala esta clave de la acción evangelizadora de la Iglesia y de toda búsqueda de espiritualidad que es «la opción preferencial por los pobres y excluidos» y la necesidad de considerar que todo evangelizador solo podrá cumplir su misión tomando la actitud del publicano del Evangelio que es la pequeñez y la pobreza. El texto nos dice: «Nuestra fe proclama que Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Por eso la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (Heb 2,11-12). Ella, sin embargo, no es exclusiva, ni excluyente.

Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico ilumina el misterio de Cristo. Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre. […] El servicio de la caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral» (DA 392-394).

A diferencia del publicano de la parábola, el fariseísmo tiene grandes similitudes con lo que hoy llamamos «fundamentalismos» o bien, «integrismos». En general, el error consiste en absolutizar su postura y condenar al que piensa distinto y sobre todo sentirse superior y mejor que los otros. Aún hoy tenemos en el mismo cristianismo posturas fundamentalistas o integristas.

Es cierto que aquello que más abunda son nuevas formas de fundamentalismos que debemos considerarlas especialmente y aparecen engañosamente como los adalides de la libertad y el pluralismo, y sostienen duramente una nueva «dictadura del relativismo». Son los que sostienen que no existen ni la verdad, ni los valores, ni los principios, y condenan con apodos y rotulaciones a quienes no se someten a relativizarlo todo. Este falso pluralismo autoritario, también es una nueva forma de fundamentalismo.

Estos fundamentalismos, por su soberbia, siempre son generadores de violencia. Sin embargo, aquellos que comprendan el valor de la pobreza espiritual y de la humildad, y la pongan en práctica, serán constructores de una sociedad mejor.

Un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas 

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