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#Espiritualidad

Miremos el pesebre con un corazón agradecido

La Navidad es un tiempo de esperanza. Es una invitación a no desfallecer en la espera del bien. Es la certeza de que el amor se encarna para vivir entre nosotros y hacerse cercano. Es la sorpresa de Dios que se hace niño e irrumpe en la historia de la humanidad bajo el techo de un pesebre, pobre, sencillo y humilde. La Navidad es una oportunidad para hacer nuevas todas las cosas a la luz de la fe. Es nueva vida en Cristo, es nueva vida para nosotros, nuestras familias, nuestros amigos y nuestras comunidades.
¡Cuánto necesitamos hoy de la Navidad! Necesitamos que Jesús nazca en nuestro corazón para transformarnos desde dentro. Cuánto necesita el mundo de hoy de la ternura de ese Dios que se hace niño y llega en la periferia mostrándonos cuál es el camino al cielo. Siendo grande se abaja para venir a compartir nuestra vida terrena, para ser compañero de camino, hermano. Siendo Dios se hace tan pequeño, indefenso y vulnerable para enseñarnos que elige quedarse entre quienes comparten su misma suerte. Es acogido por una familia donde María y José nos demuestran -con su testimonio- el gesto manso de la entrega a la voluntad de Dios.
En cada Navidad Jesús nace despojado, a la intemperie, en una sencillez admirable. Y con su nacimiento nos trae un mensaje claro sobre cuál es nuestra misión en el mundo. Vivir despojados, animándonos a dejar nuestras comodidades para salir al encuentro de quienes nos necesitan y a hacerlo con un lenguaje y gestos sencillos. La Navidad de Jesús tiene que estar al alcance de todos.

No dejemos que nos roben la Navidad. No dejemos que los ruidos sin sentido del mundo nos aturdan y nos desvíen la atención del corazón. La Navidad llega con la buena noticia de que nos nace un salvador. La Navidad viene a traernos el don de la esperanza y somos invitados a creer y a dar testimonio -con nuestra vida- de que somos redimidos por ese amor que viene a abrazarnos ahora y para siempre.
Miremos al pesebre con un corazón agradecido a un Dios que no se cansa de venir, de buscarnos y de querernos habitar. Miremos a María y a José, que, sin comprender mucho, se dispusieron a ser puente entre Dios y los hombres. Miremos a nuestra mesa en esta Navidad y pidamos por todas las mesas que no tienen pan para que encuentren una mano generosa y solidaria que sea capaz de compartir y multiplicar el bien que se le ha dado. Seamos también cada uno de nosotros, mesa, pan y mano tendida.
Ojalá que este niño del pesebre nos interpele a ponernos en juego como protagonistas incansables en la misión de promover la revolución de la ternura, que seamos rostros de un Dios cercano, que no excluye a nadie y que da un lugar privilegiado a los más vulnerables.
Pidamos a la sagrada familia que nos fortaleza como Iglesia que es familia capaz de acoger a todos como hermanos y que la esperanza- a pesar de tantas adversidades- nos impulse a ser fieles a la misión que nos ha sido encomendada.
Amén.

por María Claudia Enríquez

Soy profesora y periodista diplomada en comunicación de la Iglesia. Me desempeño como docente, formadora, catequista y asesora en el ámbito de la pastoral educativa. Mis dos grandes pasiones son la educación y la comunicación. 

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