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#Espiritualidad

La Santidad no se copia

A lo largo de la historia de la Iglesia han sido innumerables los hombres y mujeres que se nos han presentado como santos, modelos de vidas que han logrado vivir el amor en su plenitud recorriendo un camino de entrega hasta dar la propia vida por el Evangelio.
Sin embargo, también sabemos de esos santos anónimos o desconocidos, aquellos que no han tenido la popularidad de ser reconocidos por todos pero que desde la sencillez y el amor cotidiano han sido semilla de santidad en sus comunidades, en sus familias, en sus hogares y hoy también disfrutan del abrazo de la vida eterna.
Y es que la santidad es un camino al que todos los creyentes estamos llamados sin excepción alguna. Por más de que haya algunos reconocidos y otros desconocidos, en su profundidad, la santidad no es una historia con personajes principales y secundarios sino una historia de comunión entre quienes ha descubierto la hermosura de la misericordia de Dios y se han puesto en marcha hacia el encuentro con Él.
La santidad cobra sentido pleno en Cristo y sólo puede entenderse desde Él. “Cada santo es una misión, es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio” (Gaudete et exsultate, 19). En este sentido, es importante que sepamos que el camino de santidad es único y diferente, es un llamado íntimo y personal. Es el Espíritu Santo desde dentro de cada uno motivando un estilo de vida que habla de alguien, de Jesús.

Este camino que nos convoca y nos compromete inicia con la amistad con Dios que luego se proyecta en el amor con el que servimos a nuestros hermanos. Es un camino en el que se logra  con la gracia de ese Dios amigo- vivir con alegría la entrega y con esperanza las dificultades. Hay tantos modos de caminarlo como personas en el mundo. Pero todo este camino, a lo largo y a lo ancho, está conectado por el amor.

Puede que en este afán de querer ser santos y responder este llamado sólo desde nuestra voluntad nos tiente pensar e incluso transmitir a nuestros hermanos que la santidad se alcanza por mérito o que los santos son los buenos y perfectos ante los ojos de los hombres. Nada más alejado que esta manera de ver la santidad. Sólo Dios es quién conoce el corazón de cada uno, la entrega, los sufrimientos, las alegrías. Sólo Dios.
Por otro lado, puede que también nos esforcemos en imitar o reproducir modos de vivir la santidad teniendo santos referentes a quienes buscamos imitar. Sin embargo, sin darnos cuenta, esto nos genera un desgaste en intentar ser lo que no estamos llamados a ser únicos e irrepetibles.

La santidad tiene que ver con discernir qué quiere Dios de nosotros en el tiempo y en el entorno en el que nos toca vivir hoy. Nos podríamos preguntar: ¿Qué aspecto de la buena noticia Dios quiere comunicar a través de nuestra vida, de nuestro testimonio?
Estamos llamados a renovar la faz de la tierra, cada uno comenzando desde su metro cuadrado. Es un camino de paso a paso. No sirve correr ni exigirse de más. Como dicen las escrituras, a cada día le basta su aflicción y hay un tiempo para todo bajo el sol.

La santidad no se copia. La santidad se descubre en intimidad con Dios y en apertura hacia los demás. El camino de santidad no se presume. Es un regalo que se recibe con humildad y que se goza en la misericordia de Dios. La santidad es un camino que se hace en comunión con otros queriendo que todos sean parte del gran banquete celestial.
Pidámosle al Señor, que nos revele nuestra misión y que con la intercesión de nuestros santos amigos podamos ser auténticos y creativos en la forma de vivirla. Que la vida de los santos que más admiramos nos enseñe a estar cada día más unidos a Jesús para encontrar en Él el sentido más bello de nuestras vidas.
Amén

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por María Claudia Enríquez

Soy profesora y periodista diplomada en comunicación de la Iglesia. Me desempeño como docente, formadora, catequista y asesora en el ámbito de la pastoral educativa. Mis dos grandes pasiones son la educación y la comunicación.