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«Valorar las culturas nos humaniza»

Publicado: 14 Julio 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 15° domingo durante el año 12 de julio de 2020.
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«Junto a María nos sabemos hermanos»

Publicado: 07 Julio 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 14° domingo durante el año 5 de julio de 2020.
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«2020: Más pobres e indigentes»

Publicado: 30 Junio 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 13° domingo durante el año 28 de junio de 2020.
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«Consecuencias sociales de la Fe Trinitaria»

Publicado: 08 Junio 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para la Solemnidad de la Santísima Trinidad 7 de junio de 2020.
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«La fe y la comunidad eclesial»

Publicado: 01 Junio 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para la Solemnidad de Pentecostés 31 de mayo de 2020.
 
En este domingo estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio de San Juan (20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado, enviando a sus Apóstoles, a aquellos que fueron elegidos entre los discípulos: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» (Jn 20,21). Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión: «Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdones, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» (Jn 20,22-23). Es bueno recordar que estos hombres eran como nosotros. Ellos estaban orando junto a María, en el cenáculo, en la mañana de Pentecostés, cuando el Paráclito prometido, el Espíritu Santo descendió sobre ellos (Hch 2). En esa mañana de hace casi dos mil años nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.
 
Este Pentecostés en donde celebramos el nacimiento de la Iglesia nos encuentra en una situación difícil, con la pandemia provocada por el coronavirus y la cuarentena que de diversas maneras nos obliga a una forma de confinamiento y a un estilo de vida totalmente distinto al que siempre hemos tenido. La normalidad del trabajo, del encuentro, del abrazo, de la fiesta… todo eso, de un día para otro se paralizó. Algunos dicen que las formas de apertura y estilo de vida, a partir de ahora serán con una nueva normalidad. Creo que no existe una nueva normalidad, porque estas son formas extraordinarias, que más tarde o temprano, pasarán, para que volvamos a la dimensión social y compartida de la vida. En este contexto difícil seguimos llamados como Iglesia y como cristianos a evangelizar y hemos asumido algunas formas telemáticas que, aun cuando llegue la normalidad, ya las habremos incorporado en nuestro accionar. Es importante señalar que a los cristianos, esta forma de encierro no nos hace caer en una fe individualista. La dimensión social y comunitaria es un componente esencial de la fe como don de Dios.
 
Es importante subrayar que difícilmente la fe de un cristiano pueda madurar sin esta relación con la comunidad eclesial, con la formación permanente, con la necesidad de recurrir a los sacramentos, a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia. Esto nos permite iluminar los acontecimientos que vivimos y nos fortalece para realizar opciones a veces difíciles que ayuden a humanizar y evangelizar nuestra cultura. Al respecto quiero citar un texto clave para profundizar en la necesaria eclesialidad en la espiritualidad de un cristiano, sobre todo en este tiempo caracterizado por un excesivo individualismo y subjetivismo. En Evangelii Nuntiandi el Papa San Pablo VI nos dice: «Existe, por tanto un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la Evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella ni mucho menos contra ella. En verdad, es conveniente recordar esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos juzgar bien intencionadas, pero que en realidad, están desorientadas en su espíritu, las cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo, pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo, pero no a la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: “El que a vosotros desecha, a mí me desecha” (Lc 10,16). ¿Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado a favor de Cristo es de San Pablo: “Amó a la Iglesia y se entregó por ella”? (Ef 5,25)»
 
En esta reflexión quiero señalar la alegría de tantas comunidades que celebran con gozo y de diversas maneras la Solemnidad de Pentecostés. El Espíritu Santo nos da el don de la comunión en la diversidad de dones y carismas, y nos impulsa en la tarea evangelizadora que es la razón de ser de la Iglesia.
 
En el documento de Aparecida se vuelve a señalar que la Misión de la Iglesia es Evangelizar. En este nuevo Pentecostés quiero terminar esta reflexión con un texto que expresa el gozo que tiene la Iglesia sobre el amor de Dios: «Anunciamos a nuestro pueblo que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras» (DA 30).
 
Con la alegría de celebrar la venida del Espíritu Santo sobre su Iglesia, en este Pentecostés, les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.
 Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas

«La vida se hace historia»

Publicado: 01 Junio 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para la Solemnidad de la Ascensión del Señor 24 de mayo de 2020.
 
En este domingo de la Ascensión del Señor la Iglesia celebra la jornada mundial de las comunicaciones sociales. Especialmente queremos tener presente en nuestra oración y nuestra reflexión a los comunicadores, llamados a vivir esta vocación y misión en nuestro tiempo.
 
El Papa Francisco nos envía un mensaje para que reflexionemos en esta jornada sobre las comunicaciones sociales. El de este año tiene por lema: «Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10,2). La vida se hace historia».
 
El Papa nos introduce al tema señalando: «Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros».
 
«El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos. […] El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días».
 
Sin embargo -nos advierte el Papa- no todas las historias son buenas. «Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad. […] Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana».
 
«En este sentido, la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido. […] El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma».
 
«La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. […] Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!».
 
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo!
 
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

«Sin Dios nos deshumanizamos»

Publicado: 11 Mayo 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 5° domingo de Pascua 10 de mayo de 2020.
 
Este domingo vivimos de una manera diferente nuestra querida peregrinación y celebración de Nuestra Señora de Fátima. A causa de la cuarentena, haremos la peregrinación y celebración de la misa por televisión, radio, y diversos medios digitales, A María de Fátima queremos pedir para que pronto salgamos de este flagelo de la pandemia. El próximo fin de semana también celebraremos a Santa Rita. Seguramente, recurriendo a los mismos medios, para vivir la peregrinación y la misa. Estos son momentos muy fuertes, que manifiestan la fe y la unidad de nuestro pueblo. Queremos agradecer y pedir a Dios que nos acompaña siempre y nos sostiene en la esperanza.
 
El texto de este domingo [Jn 4,1-12], nos presenta la partida de Jesús. La liturgia nos prepara para las celebraciones de la Ascensión del Señor y Pentecostés. En este anuncio que realiza Jesús se genera un diálogo con sus discípulos que es importante que nosotros tratemos de profundizar. El Señor, después de varios encuentros posteriores a su Resurrección, comienza a advertirles de su partida: «En la casa de mi Padre hay lugar para todos; si no fuera así, ya lo habría dicho; ahora voy a prepararles ese lugar». Para llegar a ese lugar les dice que saben cuál es el camino. Tomás con asombro le pregunta: «Pero, Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino? Jesús les respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí» [Jn 14, 2.5-6].
 
Durante el tiempo de la Pascua profundizamos en la necesidad de comprender que para llamarnos cristianos necesitamos tener o buscar un encuentro con la Persona de Jesucristo, muerto y resucitado. Esta experiencia de fe es especialmente importante en este tiempo, sobre todo porque se va acentuando en los grandes centros urbanos el problema del secularismo. Una forma de ateísmo práctico que concibe la vida humana, personal y social al margen de Dios.
 
En el camino de discipulado en el que queremos insistir, considero fundamental que comprendamos el problema del secularismo, ya que inevitablemente todos formamos parte de un ambiente en el que tendemos a mimetizarnos. Por eso debemos conocer y discernir con libertad para realizar bien nuestras opciones. Para esto nos ayuda la aclaración del Concilio Vaticano II, en el documento Gaudium et Spes, señalando la diferencia entre «la legítima secularización» y «el secularismo». Es importante para los laicos comprender esta diferencia para vivir su propia vocación de transformar las realidades temporales en sus ambientes y ser instrumentos de la evangelización de la cultura. La legítima secularización enseñada por la Iglesia implica la necesaria autonomía de las realidades temporales. Autonomía de las leyes naturales y la libertad con que Dios nos ha creado. En general cuando tenemos una enfermedad recurrimos a un médico y tomamos una medicina adecuada indicada por la ciencia. Lamentablemente se multiplican las propuestas religiosas que no respetan esto casi obvio de la justa autonomía de las leyes naturales, dando lugar a una especie de proselitismo religioso que abunda en promesas de curaciones, milagros, sanaciones que parecen más un negocio religioso y ofertas de multiconsumo, o bien una alcancía. La Iglesia con sabiduría acepta los milagros, pero es muy prudente y exigente para reconocerlos. Sabemos que la evangelización no puede ser una acción proselitista. Un discipulado que nos ayude a madurar nuestra fe, no puede dejar de integrar el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la cruz como parte del camino pascual.
 
Distinta a esta justa secularización, es el secularismo, el mayor problema a encarar en nuestro tiempo, porque desconoce a Dios, lo omite, ni siquiera lo discute. «El olvido de Dios, fundamento último de todo valor ético, conlleva el riesgo de alimentar en los hombres la autosuficiencia y absolutizar el poder, el dinero, la mera eficiencia o el Estado mismo» (LPNE 12).
 
Con una profunda valoración de la piedad que tiene nuestro pueblo seguimos profundizando en la necesidad de ahondar en el camino de discipulado y misión, buscando que la fe en Cristo, el Señor, implique un estilo de vida y un compromiso que nos lleve a creer, como nos enseña el Evangelio de este domingo, que el Señor es «el Camino, la Verdad y la Vida».
 
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo!
 
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

«Consuelen a mi Pueblo»

Publicado: 06 Mayo 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 4° domingo de Pascua 3 de mayo de 2020.
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«Salud, Pobreza y Esperanza»

Publicado: 27 Abril 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 3° domingo de Pascua 26 de abril de 2020.
 
En este tiempo Pascual el texto del Evangelio (Lc 24, 13-35) nos narra un nuevo encuentro de Jesucristo, el Señor resucitado, con los discípulos de Emaús. Es llamativo cómo estos discípulos regresaban a su pueblo desde Jerusalén conociendo todo «lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo […] Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel» (Lc 24,20-21). Pero sus ojos estaban cegados, no eran capaces de reconocerlo. (Lc 24,16). «Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba. El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,28-32). Después del encuentro con Jesús, cuando lo reconocieron, la vida de ellos cambió. Esta es la experiencia de fe pascual que necesitamos realizar como cristianos y que lleva a la Iglesia a anunciar al mundo que la vida, aún con sus dolores y dificultades, está cargada de sentido porque la vida triunfa sobre la muerte. Jesucristo, el que murió, resucitó.
 
En este tiempo raro de pandemia y coronavirus que nos toca vivir, de pronto cambiaron muchas cosas. Rezamos especialmente para que pronto termine todo esto y podamos volver a la vida normal. Obviamente que, por un lado, tenemos que ser responsables cuidando la salud, y por otro considerar también con responsabilidad la situación de las personas y familias que no pueden sostener una cuarentena que nos va sumergiendo en una pobreza gravísima. A esto hay que sumar el tema social que genera un encierro permanente. Todo esto debe ser considerado con una profunda seriedad.
 
En estos días suspendimos el «Congreso Mariano Nacional», de Catamarca. Junto a los 400 años de la presencia de nuestra madre con el nombre de «Nuestra Señora del Valle» nos hemos propuesto celebrar un Año Mariano. A ella le pedimos especialmente por nuestro tiempo y para que pronto salgamos de esta crisis global.
 
Mientras tanto, nosotros seguimos tratando de vivir la fe. El pueblo argentino tiene una fe arraigada desde hace siglos. También aquí, en nuestra provincia de Misiones transitoriamente hemos suspendido las misas con la participación de los fieles, acatando la decisión del decreto presidencial. Seguimos buscando alternativas virtuales, televisivas, radiales y otras. Y lo seguimos haciendo también con la catequesis, encontrando caminos alternativos de comunicación hasta que podamos volver a la normalidad.
 
También en las comunidades, los sacerdotes, consagrados y laicos han estado activos en la caridad ayudando en el hambre creciente de la población y animando en la esperanza a tantos que sufren la angustia y la incertidumbre de todo esto.
 
En este tiempo pascual, sabemos que todo esto pasará, que la vida triunfa, porque Cristo, el Señor, resucitó y nos trajo la certeza de la esperanza.
 
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo!
 
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

«La esperanza pascual»

Publicado: 22 Abril 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 2° domingo de Pascua 19 de abril de 2020
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«La alegría de la Pascua»

Publicado: 22 Abril 2020
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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el domingo de Pascua 12 de abril de 2020.
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